lunes, 10 de marzo de 2014

CARTA DEL OBISPO DE ALMERIA A LOS COFRADES Y A TODOS LOS DIOCESANOS

 
Queridos cofrades y diocesanos:
Dejadme releer con vosotros las enseñanzas de san Pablo sobre la pasión y muerte del Señor ahora cuando nos disponemos a su celebración mayor. Con la inauguración del tiempo santo de la Cuaresma comenzamos a recorrer el camino que nos lleva a la gran celebración de la Pascua.
El Prefacio V de Cuaresma, dando expresión a una gozosa realidad, dice que el recorrido cuaresmal es un “itinerario hacia la luz pascual siguiendo los pasos de Cristo, maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor”. Canta el texto sagrado el acontecimiento que cambió el curso de la humanidad irredenta y nuclea las etapas temporales del año litúrgico: la muerte y resurrección de Cristo.
Este es el contenido del misterio pascual que celebramos cada domingo, pascua reiterada en la celebración de la Misa, que da estructura al ciclo anual que va del tiempo del Adviento a la Pascua y del tiempo pascual, pasando por los domingos ordinarios del Año, al nuevo Adviento.No se trata de un proceso cíclico que nada resolviera, quedando por ello reducido al“siempre lo mismo” de la repetición cansina de unos ritos idénticos consigo mismos. Lo que se celebra y se representa sacramentalmente en los ritos sagrados de la liturgia cristiana sucedió ya “de una vez para siempre”, como dice la carta a los Hebreos. Cristo no tiene necesidad de repetir su sacrificio como sucedía con los sacrificios antiguos, que no podían borrar el pecado. El sacrificio de Jesús dura para la eternidad porque su sacrificio “lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hb 7,27).
Entonces, ¿por qué un domingo tras otro, una Cuaresma tras otra? ¿Por qué una Semana Santa es sucedida por otra, y así año tras año y ciclo tras ciclo? La respuesta no es difícil: sucede así para que a todos y a cada uno de los seres humanos, sometidos al ciclo del tiempo que nos hace transitorios y pasajeros, nos llegue el efecto de aquel acontecimiento de redención celebrando los misterios de la fe cada domingo, cada año y cada una de las celebraciones de Pascua.
San Pablo lo explica con toda claridad: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio alguno sobre él” (Rom 6,9). Si Cristo está vivo y vive eternamente, ya no muere más. Jesús resucitado ha vencido la muerte y nosotros la venceremos si participamos de su misma vida eterna. Esto es lo que hace que la liturgia cristiana sea enteramente única y singular entre todos los ritos de las religiones.
Con la celebración en los sacramentos de la muerte y resurrección de Jesús, nosotros somos configurados con su muerte y con su resurrección. Cualquiera que sea un cristiano formado en la fe sabe que la Misa nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Jesús. Gracias a la participación primero en el sacramento del Bautismo y después en la Eucaristía, la vida que ya muere de Jesús y que es la vida de Dios comienza a ser realidad en nosotros, para que, muriendo al pecado, empecemos a vivir lo que viviremos para siempre en Dios.
Esto es lo que representamos en la Semana Santa y que a veces podemos olvidarlo. Sí, podemos olvidar que la muerte de Jesús fue “un morir al pecado, de una vez para siempre; y su vida es un vivir para Dios” (Rom 6,10). No deberíamos olvidarlo, porque de ello depende entender los pasos y representaciones de la pasión de Cristo y el dolor de la Virgen Madre, realidades que nos salvan plasmados en tan bella imaginería como la que tenemos la suerte inmensa de contemplar en los desfiles procesionales.
Jesús llegó a la cruz para dar muerte en ella a nuestros pecados, para destruir nuestra condición de pecadores, dice san Pablo prolongando su reflexión y añadiendo que, del mismo modo que por el bautismo estamos injertados en la muerte de Jesús, lo estamos también en su resurrección. Lo explica todo en la carta a los Romanos, para que aquellos cristianos de la primera hora de la Iglesia comprendieran bien que, con la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús, había comenzado para ellos una vida nueva, anticipándoles la vida divina que esperamos.
Cuando veas, querido cofrade, la imagen del Crucificado que veneras con amor en cada uno de los «pasos» que le condujeron a la cruz, desde el Prendimiento y el Huerto de los Olivos a la Coronación de espinas, llagado por los golpes inhumanos de la flagelación y cubierto de sangre; cuando lo veas llevando la cruz que le humilla hasta hacerle caer sobre la tierra; cuando se te corte el aliento al verlo tropezar en la vía dolorosa en que nuestras calles se convierte a su paso; cuando contemples hasta las lágrimas el mayor dolor de su bendita madre María; y cuando a él, extenuado ya, lo veas a duras penas llegar al Calvario para extender sus brazos sobre el regazo del madero y ser levantado sobre la tierra, recuerda estas palabras de san Pablo a los Romanos: “Nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado” (Rom 6,6).
Después, cofrade amigo y fiel cristiano que te quieres discípulo del Resucitado, vuelve tu mirada al sacramento del altar y mira si ves en él la obra de redención por la que fuiste arrancado del pecado que genera muerte eterna. Mira si cada día das muerte en ti al pecado para vivir alimentándote de la mesa sacrificial de la Eucaristía, donde Cristo victimado se te ofrece como pan partido y repartido para que vivas de la vida de Dios.
Cuando lo hayas hecho, pregúntate, cofrade y fiel cristiano, si estás dispuesto a no dejar que la Cuaresma pase sin haberte ayudado a dar muerte en ti al pecado. La Cuaresma es ejercitación para la vida, renunciando a la muerte; es morir un poco cada día al pecado para mejor resucitar con Cristo y, por eso, es itinerario hacia luz que ilumina la vida y te permite comprender mejor ante qué celebraciones te encuentras y por qué la Semana Santa es la semana grande de la fe cristiana.
¡Buena Cuaresma y feliz Pascua de Resurrección!
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería