"La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea
cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita
a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida
de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos
tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San
Bernardo, en una bella homilía, dice: «A través de estas hendiduras, puedo libar
miel silvestre y aceite de rocas de pedernal (Cf. Dt 32,13), es decir, puedo
gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sermón 61, 4. Sobre el libro del Cantar de
los cantares). Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos
seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo había
entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis
méritos? Pero «mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en
méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del
Señor es mucha, muchos son también mis méritos» (Ibíd., 5). Esto es importante:
la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia,
de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San Bernardo llega a afirmar:
«Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más
desbordante fue la gracia (Rm 5,20)» (Ibíd.). Tal vez alguno de nosotros puede
pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de
la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para
volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente
a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a
Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: «Padre, tengo
muchos pecados»; y la invitación que he hecho siempre es: «No temas, ve con Él,
te está esperando, Él hará todo». Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro
alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es
una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos
lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa.
En mi vida personal, he visto muchas veces el
rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas
la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí,
acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he
visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
....
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos
envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos
concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas
de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los
sacramentos. Sentiremos su ternura, tan bella, sentiremos su abrazo y seremos
también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de
amor."
Santo Padre Francisco, homilía Divina Misericordia, 7 de abril de 2013