«Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies»
(Jb 29,15)
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, instituida por
san Juan Pablo II, me dirijo a vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y
de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como
también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario.
El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro
de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Quisiera
hacerlo en la perspectiva de la sapientia
cordis, la sabiduría del corazón.
1. Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto
de razonamientos. Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura,
además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos,
imparcial, sin hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu
Santo en la mente y en el
corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en
ellos la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del
Salmo: «¡A contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en
nuestro corazón!» (Sal 90,12).
En esta sapientia cordis,
que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del
Enfermo.
2. Sabiduría del
corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las
palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en evidencia
la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que
goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la
ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda,
así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).
Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las
palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y
«del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos que tienen
necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para
vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en
el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por
algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso
durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo,
¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de
modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial
para la misión de la Iglesia.
3. Sabiduría del
corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es
un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo,
el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como
rescate por muchos» (Mt 20,28).
Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de
comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos
lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a
nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados. En
cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho
en la «calidad de vida», para inducir a creer que las vidas gravemente
afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas.
4. Sabiduría del
corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el
valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos
apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos
olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del
otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha
olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de
la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que
fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del
camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita
de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179). De la misma
naturaleza misionera de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo,
la compasión que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).
5. Sabiduría del
corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene
necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles.
Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se
sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno
le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb2,13).
Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él:
pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La
caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende
convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la
aprobación y se complace del bien hecho.
La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la
Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente
gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del
dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre
impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son
escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Cf. Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan
Pablo II, 27 de abril de 2014).
También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad
predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser
lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y
reforzar la sapientia cordis.
Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios
puede afirmar: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos»
(42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y
del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que
permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no
sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.
6. Confío esta Jornada Mundial del Enfermo a la protección materna
de María, que ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada,
Jesucristo, nuestro Señor.
Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como Madre nuestra por
todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al
prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger
y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con la Bendición
Apostólica.
Vaticano, 30 de diciembre de 2014
Memorial de San Francisco Javier
Memorial de San Francisco Javier
FRANCISCO