Jesús
atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y
se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo,
y al verlo se echo a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las
últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue
con él, acompañado de mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga
para decirle: «Tu hija a muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús
alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas;
basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la
sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban. Entró y
les dijo: «¿Qué estrépito y que lloros son estos? La niña no está muerta, está
dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la
madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la
mano, y le dijo: «Talitha qumi» (que
significa: contigo hablo, niña, levántate). La niña se puso en pie
inmediatamente y echo a andar -tenía
doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.