Dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente
en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el
que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él. El que cree en él no será condenado; el que no
cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que
obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
CRISTO, doblo mi rodilla ante la inmensidad del amor que nos
tiene el Padre, dándonos a su Hijo para nuestra salvación. Y alabo tu
obediencia incondicional, entregándote a la muerte en cruz. Te adoro, Cristo
Crucificado: fijo mis ojos en tí y creo firmemente que has destruido mi muerte
y aniquilado mi pecado. Me has curado.