Pedid, y se os dará (Mt/07/07-08/Ag). Y para que no te imagines
que había recomendado la oración como de pasada, añadió: buscad y hallaréis. Y
para que ni siquiera pienses que lo dijo por decir, concluyó: llamad, y se os
abrirá. Dios quiere que para recibir se pida, y para hallar se busque, y se
llame para entrar. Pero si ya el Padre sabe de qué tenemos necesidad, ¿por qué
pedimos?, ¿por qué buscamos?, ¿para qué llamamos? ¿Por qué, pidiendo y buscando
y llamando, nos fatigamos en hacerle saber lo que ya conoce antes que nosotros?
(...). Pues tú pide, busca y llama también para comprender esto. Si la puerta
está cerrada, no es como para decirte que le dejes en paz, sino para
estimularte.
Hermanos mios, debemos exhortaros a la oración, y a nosotros junto
con vosotros. Ante los muchos males de estos tiempos, nuestra única esperanza
reside en llamar por la oración, en creer y tener fijo en el corazón que tu
Padre te rehúsa sólo lo que no te conviene. Tú conoces tus deseos; pero lo que
verdaderamente te conviene, sólo Él lo sabe. Imagínate que ahora estás enfermo y
en las manos de un médico; pues verdaderamente esto es lo que sucede, ya que
toda nuestra vida es enfermedad sobre enfermedad, y una larga existencia no es
sino una enfermedad larga. Figúrate, pues, enfermo y sometido a un médico. Te ha
venido el deseo de pedirle que te deje tomar vino, y vino nuevo. No se te
prohibe, porque a lo mejor no te perjudica; incluso puede hacerte bien. No
temas: pídelo sin miedo y sin tardanza; pero no te enfades si te lo rehusa, ni
te aflijas. Si esta confianza muestras en el hombre que cuida de tu cuerpo, ¿no
has de tenerla mayor en Dios, Médico, Creador y Reparador de tu cuerpo y de tu
alma? (...)
San Agustín, Sermón 80, 2, 7-8