Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su
confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo
siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube
decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os
escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la
Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene
la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él
va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación
transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y
seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la
cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible. Como Israel salió de Egipto en
dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo desde Jerusalén, irá de la
muerte a la resurrección. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena
y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la
grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: “Este es mi hijo, a quien yo amo,
mi predilecto”. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en
la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que
despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd
1,18). La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y
palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar
con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y
la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra
condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que
posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).
Jesús Marti Ballester