El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al
amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería
Jesús, y le dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo
han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos
corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y
llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no
entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el
suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también
el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues
hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de
entre los muertos.
JESUCRISTO, ¡Enhorabuena, aleluya! Has resucitado, como había dicho. Y con tu Resurrección, abres ante mi la vida nueva de la Pascua. Yo quiero morir al pecado y vivir desde hoy esa vida nueva: que, libre de las ataduras de muerte, viva en la esperanza de mi resurrección futura. La aguardo con esperanza, camino hacia ella con firme fe.