José, el varón justo, está totalmente compenetrado con sus conciudadanos. Éstos
aprecian, en su justo valor, a aquel carpintero sencillo y eficiente. Aun
después de muerto, cuando Jesús ya se ha lanzado a predicar la Buena Nueva, le
recordarán con afecto: "¿Acaso no es éste el hijo de José, el carpintero?", se
preguntaban los que habían oído a Jesús, maravillados de su sabiduría. Y,
efectivamente, era el mismo Jesús; pero José ya no estaba allí. Él ya había
cumplido su misión, dando al mundo su testimonio de buen obrero. Por eso la
Iglesia ha querido ofrecer a todos los obreros este espectáculo de santidad,
proclamándole solemnemente Patrón de los mismos, para que en adelante el casto
esposo de María, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret, sea para
todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela
y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo.
José Gros y Raguer