En el libro del Deuteronomio dice Moisés que nuestro
Señor Dios es fuego consumidor, es a saber, fuego de amor; el cual. como sea de
infinita fuerza, inestimablemente puede consumir, y con grande fuerza abrasando
transformar en si lo que tocare. Pero a cada uno abrasa como le halla
dispuesto: a unos mas a otros menos; y también cuando el quiere y como y cuando
quiere. Y, como el sea infinito fuego de amor, cuando el quiere tocar al alma
algo apretadamente, es el ardor del alma en tan sumo grado, que le parece al
alma que esta ardiendo sobre todos los ardores del mundo. Y, como quiera que
este fuego divino tenga transformada en si la sustancia del alma, no solamente
siente cauterio, mas toda ella esta hecha un cauterio de vehemente fuego.
Y es cosa admirable y digna de contar que, con ser el
fuego de Dios tan vehemente y consumidor, que a mayor felicidad consumiría mil
mundos que el fuego una raspa de lino, no consuma y acabe los espíritus en que
arde; sino que a la medida de su fuerza y ardor los deleite y endiose, ardiendo
en ellos suavemente por la pureza de sus espíritus. Porque en estas
comunicaciones, como su fin es engrandecer al alma, no la aprieta, sino
ensánchala; no la fatiga, deléitala y clarifícala y enriquécela.
Y así, la dichosa alma que por grande ventura a este
cauterio llega todo lo sabe, todo lo gusta, todo lo que quiere hace y se
prospera, y ninguno prevalece delante de ella, ni le toca. Porque esta es de
quien dice el Apóstol: El espiritual todo lo juzga, y el de ninguno es juzgado.
(Y en otro lugar): El espíritu todo lo rastrea, hasta los profundos de Dios.
Acaecerá que el alma sienta embestir en ella un
serafín con un dardo herbolado de amor encendidísimo, traspasando esta ascua
encendida del alma, o por mejor decir, aquella llama, y cauterizarla
subidamente; y entonces siente el alma en la sustancia del espíritu como en el
corazón del alma traspasado.
Pocas almas llegan a esto; mas algunas han llegado,
mayormente las de aquellos cuya virtud y espíritu se había de difundir en la
sucesión de sus hijos, dando Dios la riqueza y valor a la cabeza según había de
ser la sucesión de la casa en las primicias del espíritu.
¡Oh dichosa llaga, hecha por quien no sabe sino sanar!
¡Oh venturosa y mucho dichosa llaga, pues no fuiste hecha sino para regalo y
deleite del alma! Grande es la llaga, porque grande es el que la hizo; y grande
es su regalo, pues el fuego de amor es infinito, y se mide según su capacidad.
¡Oh, pues, regalada llaga!, y tanto mas subidamente regalada, cuanto mas en el
centro intimo de la sustancia toco el cauterio de amor, abrasando todo lo que
se pudo abrasar, para regalar todo lo que se pudo regalar.
San Juan de la Cruz