"Sin
duda que los consagrados son la vanguardia de la Iglesia y están presentes en
los lugares de vanguardia. Son pocos los lugares donde se juega la vida del
mundo, que no estén los consagrados. Y al hablar de vanguardia me refiero
también a los que han consagrado su vida a la contemplación. Los monasterios
son también vanguardia de la evangelización.
Dice el Papa Francisco: «Las personas
consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura
para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del
compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y
vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de
Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un
don para el pueblo de Dios en camino».
La vida consagrada es en medio del mundo
una profecía. Una profecía que anuncia un modo de vivir distinto, el de las
Bienaventuranzas, y un mundo distinto regido por las relaciones fraternas. Pero
también es denuncia. Denuncia todo aquello que atenta u oscurece el rostro de
Dios en cada hombre o mujer; una denuncia que nos invita a descubrir ese rostro
de Dios en los que más sufren o han sido despojados de la dignidad de los
hijos. La presencia de los consagrados en los distintos ámbitos de la sociedad
es una presencia teológica: hacen presente el rostro misericordioso del Padre;
y a Cristo que enseña, que cura, que ora, que levanta, que abraza, que mira con
misericordia. Por eso son una profecía. Frente al poder de una sociedad que
todo lo pone en el poder, una vida pobre y austera que se asienta en lo
esencial. Frente a la fuerza del placer que endulzado hace del otro un objeto
de mercado y vende como amor lo que no es, la fuerza de un corazón indiviso y
fiel. Frente a la omnipotencia del yo, del relativismo y del subjetivismo, la
fuerza de rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios que se expresa también
en las mediaciones humanas. Es una vida que hace feliz al que la vive con
radicalidad, en fidelidad y perseverancia. Una prueba de esta vida feliz es la
alegría. Necesitamos consagrados que nos evangelicen con su alegría.
La presencia de los consagrados en el
mundo es, en definitiva, una muestra más del amor de Dios por el hombre, un
amor que se preocupa de nuestra pobreza pero que no se deja vencer por ella,
sino que siempre levanta y nunca humilla.
Tres referencias para todo cristiano,
pero especialmente para todo consagrado: Dios como lo primero, la Iglesia como
lugar de vida y crecimiento, y el hombre como llamada a hacer a Dios presente
en el mundo.
Termina ahora el Año dedicado a la Vida
Consagrada, pero, gracias a Dios, sigue la presencia y la labor de estos
hermanos y hermanas nuestros a los que llevamos tan dentro del corazón. Ojalá
que este tiempo nos haya ayudado a todos a descubrir o redescubrir el don de la
vida consagrada en la Iglesia. Ojalá que a vosotros, mis queridos consagrados,
os haya ayudado para revitalizar vuestra vida al calor del Evangelio y de
vuestro respectivos carismas. Sabed que sois muy importantes para la Iglesia,
que os necesitamos, y queremos seguir caminando juntos, como lo venimos
haciendo desde siempre.
Para terminar, miremos juntos a la
Virgen María, consagrada al Señor por su Sí decidido y definitivo. Ella se
cuida siempre de nosotros, y a ella le pedimos que cuide a los consagrados.
Hago mías las palabras del Papa en su carta dirigida a los consagrados al
comienzo de este año: "Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la
contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, la vida de cada uno de
los Consagrados. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los
dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el
amor a Dios y en el servicio al prójimo".
Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Ginés García Beltrán, Obispo de Guadix