Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y
acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y toda la
gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió
el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron
los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas
tenía tierra, y, como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto
salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos,
que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una,
ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».
SEÑOR, tu palabra llega cada día al campo de mi vida. Y no siempre encuentra la tierra esponjosa y abonada. Mi inconstancia, los afanes de la vida, la seducción de las riquezas, mi fragilidad y los deseos de efímera felicidad...impiden que produzca en mí los frutos de vida eterna. La semilla es excelente. El sembrador, divino. El campo, quiero tenerlo siempre preparado.