Tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor
de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y
se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me
ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os
aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo
es llevadero y mi carga ligera».
SEÑOR, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Yo soy uno de tantos cansados y agobiados a quienes tú invitas a encontrar en ti el descanso y el alivio, cargando con tu yugo llevadero y tu carga ligera. Quiero ir a ti, sentarme a tus pies y escuchar con calma de tus labios - nadie conoce al Padre sino el Hijo- las maravillas del Padre que tanto ama al mundo.