En el contexto de la Religión Católica,
se trata de una experiencia mística en la que una persona logra una íntima
unión con Dios, y es tan fuerte que se siente traspasado el corazón por un
fuego sobrenatural. Así lo contaba la
propia Santa Teresa en el capítulo 29 de su “Libro de la Vida”: “Vi a un ángel
cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por
maravilla. [...] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan
encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan.
Deben ser los que llaman Querubines [...]. Viale en las manos un dardo de oro
largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía
meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al
sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor
grande de Dios”.
También plasmó este singular episodio de
su vida en poesía:
"Hierome
con una flecha
enherbolada
de amor,
y
mi alma quedó hecha
una
con su criador.
Yo
ya no quiero otro amor,
pues
a mi Dios me he entregado,
y
mi Amado es para mí,
y
yo soy para mi Amado".
Tanta importancia tuvo este hecho para su
legado espiritual, que hasta el Papa Gregorio XV lo recogió en su Bula de
Canonización: “Entre las virtudes de Teresa, brilló con luz propia la caridad
divina. Este amor se fue avivando en ella gracias a las innumerables visiones y
revelaciones con que Cristo la favoreció. Una vez el Señor la tomó por esposa.
En otra ocasión Teresa vio un ángel que con un dardo encendido le
transverberaba el corazón. De resultas de estas mercedes celestiales, sintió la
Santa tan abrasadamente el amor divino en las entrañas, que, inspirada por
Dios, emitió el voto, difícil en extremo, de hacer siempre lo que ella creyese
más perfecto y para mayor gloria de Dios”.
Otros santos que han experimentado este
fenómeno místico han sido Catalina de Siena, Margarita María de Alacoque, Pío
de Pietrelcina, Francisco de Sales y Verónica Giuliani, entre otros.