Los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha
salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se
burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre,
diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también
por encima de él un letrero: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los
malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías?
Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo,
le decía: « ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena?
Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de
lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo:
hoy estarás conmigo en el paraíso».
CRISTO REY, coronado de espinas, tú eres el verdadero y único Rey del universo. Esa es la verdad de la que eres testigo. Y escucho tu voz como todo el que es de la verdad. Eres mi Rey, aunque te vea con una corona de espinas y una caña como cetro. Eres mi Rey, aunque te desnuden y te eleven clavado en la cruz. Así, desde la Cruz, que es tu trono de gloria, venciste la muerte y el pecado, y nos haces partícipe de tu victoria. Con el Buen Ladrón, te pido: ¡Acuérdate de mí, ahora que estás en tu reino!