Entró Jesús en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto,
un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era
Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura.
Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro, para verlo, porque tenía que
pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo,
data prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio
prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban,
diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie,
dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y
si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy
ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque
el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
SEÑOR, tú hiciste la maravilla de la perfección que vivió el santo dominico que canonizó San Juan XXIII: Martín de Porres. Con su sencillez, con su humildad, con un inmenso amor de amistad contigo y de entrega a los demás, él atraía a alejados y pecadores a la verdadera fe. Tú eres el mejor modelo de humildad y de amor, que tan perfectamente supo imitar San Martín de Porres, "Fray Escoba", el que pasó por este mundo haciendo el bien con sencillez y ternura, y sigue haciéndolo desde el cielo.