Santos son los que están el cielo gozando
de Dios, los hijos de Dios, —con palabras de la segunda lectura—, que se han
hecho semejantes a Él.
Y es la fiesta de todos, de "todos
los santos" sin exclusión; es decir, la Iglesia reconoce que en el cielo
hay más santos que en los altares y celebra sus méritos conjuntamente. Son,
—con palabras de la primera lectura—, "una muchedumbre inmensa que nadie
podría contar".
Tradicionalmente en este día se va al
cementerio con la intuición de que muchos de nuestros familiares están entre
esos santos. Con nuestros gestos, oraciones y flores, en estas fechas los
recordamos vivos y seguimos sintiendo la fuerza de su amor. Agradeciéndoles
cuanto supieron amar y amarnos. Con la confianza descansan en la Vida que no se
acaba y en la plenitud del amor que es Dios.
¿Por qué son santos? Porque han vivido
heroicamente las virtudes cristianas, porque han vivido los valores de las
Bienaventuranzas, que escuchábamos en el Evangelio. Las Bienaventuranzas son, a
la vez que el motivo de santidad de todos los santos, el camino de la santidad
para todos nosotros.
Si alguien nos preguntase cuáles son
nuestros sueños y aspiraciones en la vida, la mayoría de nosotros
responderíamos que tener un buen trabajo, tener una familia, viajar, tener un
buen coche, tener muchos amigos, estar bien considerado, ser inteligente, etc.
Cada uno de nosotros podría añadir alguna
aspiración muy personal a esta lista. Y todo eso es legítimo, y está bien,
siempre y claro que para obtenerlo no tengamos que sacrificar a otros ni
tengamos que dejar de ser honrados. Lo que ocurre con las aspiraciones y con
los sueños es que no todos se cumplen ni mucho menos, y que algunos acaban
entrando en conflicto con otros. Los niños aprenden muy temprano que no todo lo
que desean lo pueden tener y los adultos descubrimos que el tener muchas cosas
no nos da siempre la felicidad, sobre todo cuando nos damos cuenta que otros no
tienen ni lo mínimo para sobrevivir.
La aspiración y el deseo es un mecanismo
poderoso que al hombre le permite progresar y realizarse. Pero ese deseo
necesita un cauce para que no se vuelva contra uno mismo. El evangelio nos
propone un cauce para enderezar el deseo humano por buen camino, hacia
aspiraciones más altas.
Quizás oyendo con nuestros oídos apegados
a este mundo, las palabras del Evangelio, todo eso de bienaventurados los
pobres, los que lloran, los sufridos, los misericordiosos, nos puede sonar
inverosímil o incluso ridículo, tan acostumbrados como estamos a buscar la
felicidad en el tener y el poseer; y sin embargo para Dios la felicidad,
nuestra felicidad de hijos suyos, está ahí, porque Dios conoce mejor que nadie
el corazón humano y sabe que sólo se es feliz cuando uno se desprende de lo que
tiene en favor de los demás, cuando uno lucha para que todos puedan tener un
trabajo y una vivienda dignos, cuando uno trabaja por la paz y la justicia aún
perdiendo de sus intereses y comodidades.
Éste es ni más ni menos el camino de la
santidad, el camino que millones de personas como nosotros han recorrido y
están recorriendo. Con dificultades, pero con fe. Con esfuerzo y renuncia, pero
con confianza en la ayuda del Señor. Y estos santos están también aquí entre
nosotros, se pasean a nuestro lado, son de nuestra propia familia, amigos,
vecinos, hombres y mujeres de nuestra propia condición.
Hoy, fiesta de Todos los Santos, hagamos un esfuerzo por creer a Dios, por creer que las Bienaventuranzas nos pueden dar la felicidad que tanto buscamos. Hagamos ese esfuerzo por confiar en Él, en Dios; y decidámonos a entrar en el camino de la santidad, el único sueño y la máxima aspiración que todos debemos tener: ¡ser santos!.
Que nuestros amigos los santos, los que
compartieron con nosotros su existir, nos ayuden con su ejemplo e intercesión a
conseguirlo. Que así sea.
Homilía Festividad de Todos los Santos 2016,
en la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles de Serra (Valencia).