Se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio». Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio». Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no estará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos».
SEÑOR, qué falta hace tu poderosa palabra en estos tiempos de menosprecio del matrimonio, incluso entre cristianos de nombre, que ahora tengo presentes con nombres, apellidos e hijos víctimas. Como estuviste presente el día de su boda, haz viva tu presencia, en los momentos de crisis: que no sean sólo dos los que discutan y riñan, sino que estés tú también en medio poniendo paz, dando fuerzas para perdonarse mutuamente, y seguir caminando en el amor y la unidad, sólo posible contigo. Y a los que queremos hacernos como niños, como San Francisco, “haznos instrumentos de tu paz”.