Dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del
lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo, que,
además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él,
apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó le lengua: Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto
es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de
la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie;
pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia proclaman ellos. Y en el
colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y
hablar a los mudos».
SEÑOR, todo lo has hecho bien en mi vida: lo que ha habido de
mal ha diso cosecha propia de mis pecados. Te doy graciasa por mis padres, que
me llevaron a tu Iglesia: en el Bautismo se me abrió el oído para escuchar tu
palabra, y la boca para proclamar tus maravillas.¡Que nunca me aparte de tu
camino, que nunca me aparte de tu amistad!