lunes, 28 de octubre de 2013

HOMILIA DEL SR. OBISPO EN LA SANTA MISA DE CLAUSURA DEL XIII CONGRESO DE HERMANDADES DEL CARMEN

Querido Sr. Cura párroco y sacerdotes concelebrantes;
Queridos cofrades del Carmen,
Hermanos y hermanas:
 
Clausuramos con la celebración de la santa Misa el XIII Congreso de Hermandades y Cofradías del Carmen de la Provincia del Santo Ángel Custodio de la Orden del Carmen Descalzo, a la cual pertenece la Hermandad diocesana de Nuestra Señora del Carmen Reina de las Huertas, domiciliada en esta Parroquia de San Sebastián.

La imagen sagrada de la Virgen del Carmen que veneramos en esta iglesia parroquial forma parte de la constelación de representaciones sagradas y símbolos santos que a través de cuanto significan expresan el misterio de Cristo, al cual está asociada de modo indisociable su Santísima Madre. La Virgen del Carmen de las Huertas es amadísima de los fieles, que entran a saludar a la Virgen postrándose ante su sagrada imagen cada día y dejando a sus plantas sus preocupaciones, anhelos y esperanzas. Ante la imagen de la Virgen del Carmen de Huertas quedan cada día los ruegos de sus hijos, que suplican de la intercesión de la Virgen y su mediación ante aquel que, nacido de mujer, es hijo suyo siendo Hijo de Dios, y es el único Mediador entre Dios y los hombres. Súplicas que son por los vivos y por los muertos, porque el culto de las Ánimas del Purgatorio, tradicional en el catolicismo popular entraña una verdad de fe y una práctica segura de la comunión de los santos: orar por los hermanos fallecidos, para que el Señor por intercesión de la Virgen del Carmen los acoja en su seno y haga brillar la luz de su rostro sobre ellos, una vez purificados plenamente de sus faltas y de las huellas que en ellos dejó el pecado a causa de la fragilidad humana.
Conviene recordar esta verdad de fe ahora que nos acercamos a la próxima Conmemoración de los fieles difuntos. En la súplica de intercesión, los fieles acuden a María para que haga suya la causa de sus hijos que “duermen en el Señor” y, como mediadora asociada al único Mediador, consiga de él por nuestro amor el perdón de nuestros pecados y la gracia de la participación plena de la vida divina. La fe nos descubre el misterio de María como arca de la alianza nueva, acontecida en la sangre de Cristo, quien —como dice el Apóstol de las gentes— “fue muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (Rom 4,25).
La fe de los fieles en la redención de Cristo Jesús los lleva a María y María los devuelve reconfortados a Cristo. Saben los fieles que Cristo ha realizado en su muerte y resurrección el perdón de los pecados y la reconciliación plena de los hombres con Dios; y con este saber de la fe acuden a María con la esperanza de que les sea aplicada la gracia eficaz de la justificación y el perdón pleno de los pecados para aquellos que ya han muerto en Cristo y esperan el encuentro dichoso con el Resucitado, de cuya vida divina están llamados a participar. ¡Con qué amor filial suplican la intercesión de la madre celestial aquellos que se saben sus hijos y le encomiendan a quienes, ya muertos en el Señor, siguen vivos en su amor y en el recuerdo, los padres y los hijos, hermanos y familiares, los amigos y conocidos que formaron parte de la propia vida personal y fueron objeto de afectos y donación recíproca, de amistad y convivencia, y son objeto de aquella acción de purificación que, mediante el fuego divino del amor de Dios, los transforma y los dispone para la divinización de sus almas por la participación de la vida de la Santa Trinidad. No tendrían esta esperanza si no estuvieran convencidos por la fe de que “los que murieron en Cristo resucitarán” (1 Tes 4,16).
La confianza puesta en María es fe en el Redentor del mundo resucitado, “primogénito de entre los muertos” (Col 1,18), que nació en la plenitud de los tiempos de la Virgen, como dice san Pablo: “nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos” (Gál 4,4-5). Porque contuvo en su seno a Cristo, María es, en efecto, el arca de la nueva alianza; ella en sí misma la Palabra hecha carne y, como lugar santo donde Dios se ha hecho carne, es invocada por los fieles como intercesora y madre espiritual de los que se saben discípulos del Hijo de Dios e Hijo de María. Acuden a ella porque llevó en su seno al Hijo de Dios y ven en ella el amparo y la abogada de gracia que les alcance la gracia que emana de la cruz del Redentor.
La Virgen del Carmen es estrella segura que orienta hacia Cristo la vida de cuantos en ella descansan sus penas y con ella celebran sus gozos. Amparo de cuantos están en peligro y riesgo de desgracia, la Virgen del Carmen es invocada como protectora de las gentes del mar, de los pecadores que faenan en las aguas de bajura y de altura, arriesgando a veces su vida; y de los marinos mercantes y de cuantos sirven a la patria en la Armada. Todos ellos han confiado a la Virgen del Carmen el cuidado de su vida y la de los suyos, en la esperanza cierta de que la Madre del Hijo de Dios es refugio y amparo seguro contra los peligros reales de la naturaleza, la mar procelosa que oculta en su seno los abismos de las aguas profundas, embravecidas por los elementos de la naturaleza indómita, ante la cual el ser humano adquiere conciencia de su pequeñez en el conjunto del universo, que el Creador le dio como medio de vida y ámbito de dominio. María es, del mismo modo, amparo y refugio contra las borrascas de la vida y las inquietudes espirituales del alma.
Estamos aquí para bendecir con Isabel a María y proclamar las maravillas que Dios ha hecho en ella y llenos de fe, para celebrar la constante intercesión de María por cada uno de nosotros y por la santa Iglesia de Dios. Cuando nos acercamos a la clausura de este Año de la Fe, que nos dejó como don espiritual de gran alcance el Papa Benedicto XVI, y que el Papa Francisco ha querido confirmar y ahora clausurar con la gracia de la indulgencia plenaria, es el momento de hacer balance, para ver de qué manera podremos hacer real y eficaz el testimonio de Cristo en el mundo, para el mayor bien espiritual y salvación de cuantos han sido, como nosotros, llamados al Evangelio, pero viven lejos de Cristo y de la Iglesia.
Hemos de regresar a nuestras casas y ocupaciones después haber participado en este congreso carmelitano con mayor decisión y voluntad de dar testimonio de Cristo, descansando en la constante intercesión de la Virgen por nosotros y sabiendo que ella está siempre a nuestro lado. Tale es la enseñanza constante de la Orden de Santa María del Monte Carmelo, de cuya espiritualidad mariana se nutren las hermandades del Carmen. No dejéis de alimentar vuestra vida cristiana de esta espiritualidad hondamente enraizada en nuestra tradición, porque María nos acompaña en nuestro peregrinar cotidiano, y ella ampara cuanto hagamos por la evangelización de la sociedad actual. Este congreso nos tiene que ayudar a vivir mejor la fe, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios.
La formación cristiana se ha fundamentar en la primacía de la Palabra divina, acogiéndola en la fe como la acogió María hasta hacerla carne de su propia carne. La fe con la que acogió María el saludo y la palabra del ángel movió el corazón de Isabel a felicitar a María como digna de imitación: “Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). También nosotros hemos de hacer lo mismo, dejando que Dios moldee nuestras almas según el modelo de Cristo. Comentando la bienaventuranza de María proclamada por Isabel, dice Benedicto XVI en su exhortación sobre la Palabra de Dios: «Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica. Por eso, recuerdo a todos los cristianos que nuestra relación personal y comunitaria con Dios depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina» (Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, n. 124).
Por lo demás, hemos de secundar esta acogida de la Palabra de Dios mediante la práctica asidua de la fe que profesamos en la frecuencia de los sacramentos, de suerte que la devoción mariana que caracteriza a vuestras hermandades adquiera el distintivo propio de la piedad fundada en los sacramentos de la Iglesia, que vosotros sabéis prolongar en la piedad popular como forma de testimonio y alimento de vuestra propia fe.
Que la Santísima Virgen del Carmen os lo conceda abundantemente y que la Eucaristía que celebramos os ayude a ofreceros con Cristo a Dios Padre, para que su voluntad se cumpla en todos cuantos veneramos a su santísima Madre y a ella acudimos para aprender a guardarla siguiendo su ejemplo.
Lecturas bíblicas: 1 Cro 15,3-4.15-16; 16,1-2
                               Sal Jdt 13,23bc-24a.25abc
                               Gál 4,4-7
                               Lc 1,39-47
Iglesia parroquial de San Sebastián (Almería)
19 de octubre de 2013
                                                                       + Adolfo González Montes
                                                                                  Obispo de Almería