La Iglesia celebra hoy en
todo el mundo el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe (DOMUND), hermanos
nuestros, misioneros y misioneras que se dedican a la evangelización de los
pueblos y a transmitir la Fe que Dios nos ha dado desde el bautismo. La misión
que no sólo está en el tercer mundo, sino que la tenemos cerca de nosotros, a
nuestro lado. No sólo por la cuestión económica, en estos tiempos de crisis,
sino también, en la cuestión de fe y moral en la que necesitamos renovación
espiritual.
Por otro lado, celebramos esta eucaristía en la clausura del
XIII Congreso Carmelitano de Andalucía y Badajoz, en el marco de este Convento
de las Hermanas Clarisas que con tanto amor nos han acogido y preparado el
lugar dignamente para celebrar el amor de Dios.
PALABRA
DE DIOS
1.
En la Palabra de Dios que hemos escuchado,
perteneciente a este domingo XXIX del tiempo ordinario, el Señor nos vuelve
hablar de la importancia de la oración. Nos invita a orar sin desanimarnos, ser
fuertes en el espíritu, para superar las vicisitudes que la vida nos pueda
deparar.
Dos personajes aparecen en la parábola del Evangelio:
Un juez “que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”, de modo que es
sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de las personas. El otro
personaje es una viuda, que vive en el desamparo total. Las viudas –con los
huérfanos y los extranjeros-, son, en la Biblia, el símbolo de lo más
indefenso. La viuda acude al juez pidiendo justicia contra su enemigo. El juez,
al principio, ni caso. Pero, la mujer insistió e insistió, hasta que el juez cedió, no tanto por
compasión, cuanto para que lo deje tranquilo.
Y Jesús concluye: Si hasta un hombre malvado es vencido por el ruego
insistente de una mujer “Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo
que les hará justicia sin tardar.”
2.
El mensaje de Jesús es claro: Dios nos
quiere, no estamos abandonados de él. El es nuestro Padre y nos ama con
entrañas de misericordia y bondad y se ocupa de sus hijos, -especialmente, de los más débiles, de los
que son atropellados por los poderosos-. Y cuando acudimos a él con nuestras
necesidades, él siempre responde. Pero
¿y nosotros? La parábola termina con una pregunta realmente inquietante:
“cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".
Porque de esto se trata: de que nuestra fe sea firme. De creer con firmeza. De
orar perseverantemente, porque confiamos que, aun en los momentos más
complicados, él estará a nuestro favor. Yo no sé, Señor, si un juez
“sin Dios” y “sin entrañas”, como el de la parábola, me atendería,
aunque insistiera e insistiera. Pero de
ti, Padre, no lo dudo. ¿Cómo podré dudar si nos has amado tanto que nos
entregaste a tu a tu Hijo, para que tengamos vida eterna?
3.
A veces, algunos dicen: Insistir en la
oración ¿para qué? He orado muchas veces insistentemente y nada he conseguido.
Pedí la salud de una persona querida, y esa persona falleció; pedí que mi hijo
aprobara la oposición, y mi hijo suspendió... y desgranan una larga serie de
“fracasos” de su oración. Y concluyen: la oración es inútil; no sirve para
nada. De alguna manera es así, la oración es “inútil”. Pero, ¡qué difícil es
medir la utilidad de muchas cosas que nos alivian la vida y nos hacen vivirla
gozosamente, y nos hacen crecer en humanidad! Por ejemplo: el amor, la amistad,
un abrazo cuando estoy hundido, un rato escuchando a un amigo que siente que la
pena le ahoga, etc. ¿Es “inútil” todo esto, no valen la pena? ¿Y cómo medir su
utilidad? Por eso, ¡es un error medir la utilidad de la oración por las veces
que hemos conseguido exactamente lo que hemos pedido! El objetivo de la oración
no es conseguir lo que hemos pedido, sino hacernos distintos. Y ¿quién que haya
orado sinceramente no se ha sentido cambiado de alguna manera y vuelve de la
oración mirando las cosas, los problemas, a Dios y a las personas con ojos distintos?
¿Y esto es “inútil”, no vale la pena? Señor, haz que descubramos el gusto de la
oración, que descubramos que la oración es la llave que abre el arca de todos
tus tesoros.
María
nos da ejemplo de todo esto. Como Mujer orante nos va dando claves o frases de
oración que inunda el corazón de los hijos que la queremos y la admiramos como
la Virgen del Carmen, Reina de las Huertas o de cualquier otra advocación.
-
María en la Encarnación: “Hágase en mí según tu palabra”. Nuestro
modelo de decir Sí a Dios, siempre.
-
María en la Visitación a su prima Isabel,
en actitud de servicio y entrega:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor”.
-
María en el nacimiento de su Hijo, ante las
palabras de los pastores y los Magos: “Conservaba
todo meditándolo en su Corazón”.
-
María en la Presentación de Jesús en el
templo: “Una espada traspasará tu alma”,
indicándole la muerte de su Hijo Jesús.
-
María en las Bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”, para que
cumplamos en todo la voluntad de Dios.
-
María al pie de la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo, hijo ahí
tienes a tu Madre”, entregándonos a María como Madre nuestra.
-
María, en el Cenáculo a la espera de
Pentecostés, se convierte en la Madre de los sacerdotes y en Madre de la
Iglesia, corriendo la misma suerte de su Hijo, ser elevada al cielo en Cuerpo y
Alma.
Miremos
a María, y seamos hombres y mujeres de oración perseverante, sin desfallecer en
el camino. Continuemos celebrando la Eucaristía, que Cristo, Pan de Vida nos
fortalece en nuestro camino cristiano hacia el encuentro con nuestra propia
salvación.
Director del
Secretariado
y Director Espiritual del Apostolado del Mar.