Al llegar Jesús a la región de Cesárea de Filipo, Jesús y
preguntaba a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?».
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías
o uno de los profetas». El les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús
le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha
revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te
digo yo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo
que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo».
SEÑOR, en esta fiesta grande de la Iglesia, pones ante mí las
gigantescas figuras de tus mayores apóstoles. Miro a Pedro, y evoco tantos
pasajes del Evangelio en los que destaca su fuerte espontaneidad, siempre en
defensa tuya, dando la cara por ti, aunque no siempre acierta y llega a caer
negándote: luego viene el arrepentimiento, la entrega total a tu Iglesia y su
muerte en la cruz; su sangre lava toda su vida. Y Pablo, el perseguidor de la
Iglesia, a la que sirve hasta muerte, el queriendo hacer el bien es el mal lo
que le sale, me invita a la conversión: que seas tú, no yo, quien viva en mí.
Con el ejemplo y la doctrina de Pedro y Pablo, tu iglesia - y mi vida- sigue
caminando hacia ti.