jueves, 4 de junio de 2015

CORPUS CHRISTI

¡Oh dulcísimo y benignísimo Jesús!¡Cuánta reverencia y gracias, acompañadas de perpetua alabanza, te son debidas, por habernos dado tu sacratísimo cuerpo, cuya dignidad ningún hombre es capaz de explicar!
Mas, ¿qué pensaré en esta comunión, al llegarme a mi Señor, a quien no puedo venerar debidamente y, sin embargo, deseo recibir con devoción?
¿Qué cosa mejor y más saludable pensaré sino humillarme profundamente delante de ti y ensalzar tu infinita bondad sobre mi?
Yo te alabo, Dios mío, y deseo que seas ensalzado para siempre. Despréciome y me rindo a tu Majestad en el abismo de mi bajeza.
Tú eres el Santo de los santos y yo el más vil de los pecadores. 
Tú te bajas a mi, que no soy digno de alzar los ojos para mirarte.
Tú vienes a mí, tú quieres estar conmigo, tú me convidas a tu mesa.
Tú me quieres dar a comer el manjar celestial y el pan de los ángeles, que no es otra cosa, por cierto, sino tú mismo, "pan vivo que descendiste del cielo y das vida al mundo". (Jn. 6, 33.51)
 Tomás de Kempis