«Andando yo, después de haber visto esto y otras
grandes cosas y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la
gloria que se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y manera en
que pudiese hacer penitencia de tanto mal y merecer algo para ganar tanto bien,
deseaba huir de gentes y acabar ya de en todo en todo apartarme del mundo. No
sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía
que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir
otros manjares más gruesos de los que comía. Pensaba qué podría hacer por Dios.
Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho
a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese. Y aunque en
la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y era harto servido en ella,
a causa de tener gran necesidad salían las monjas muchas veces a partes adonde
con toda honestidad y religión podíamos estar; y también no estaba fundada en
su primer rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden,
que es con bula de relajación. Y también otros inconvenientes, que me parecía a
mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande y deleitosa.» (Vida 32, 8-9).