martes, 2 de febrero de 2016

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

"Sin duda que los consagrados son la vanguardia de la Iglesia y están presentes en los lugares de vanguardia. Son pocos los lugares donde se juega la vida del mundo, que no estén los consagrados. Y al hablar de vanguardia me refiero también a los que han consagrado su vida a la contemplación. Los monasterios son también vanguardia de la evangelización.
Dice el Papa Francisco: «Las personas consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino».
La vida consagrada es en medio del mundo una profecía. Una profecía que anuncia un modo de vivir distinto, el de las Bienaventuranzas, y un mundo distinto regido por las relaciones fraternas. Pero también es denuncia. Denuncia todo aquello que atenta u oscurece el rostro de Dios en cada hombre o mujer; una denuncia que nos invita a descubrir ese rostro de Dios en los que más sufren o han sido despojados de la dignidad de los hijos. La presencia de los consagrados en los distintos ámbitos de la sociedad es una presencia teológica: hacen presente el rostro misericordioso del Padre; y a Cristo que enseña, que cura, que ora, que levanta, que abraza, que mira con misericordia. Por eso son una profecía. Frente al poder de una sociedad que todo lo pone en el poder, una vida pobre y austera que se asienta en lo esencial. Frente a la fuerza del placer que endulzado hace del otro un objeto de mercado y vende como amor lo que no es, la fuerza de un corazón indiviso y fiel. Frente a la omnipotencia del yo, del relativismo y del subjetivismo, la fuerza de rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios que se expresa también en las mediaciones humanas. Es una vida que hace feliz al que la vive con radicalidad, en fidelidad y perseverancia. Una prueba de esta vida feliz es la alegría. Necesitamos consagrados que nos evangelicen con su alegría.
La presencia de los consagrados en el mundo es, en definitiva, una muestra más del amor de Dios por el hombre, un amor que se preocupa de nuestra pobreza pero que no se deja vencer por ella, sino que siempre levanta y nunca humilla.
Tres referencias para todo cristiano, pero especialmente para todo consagrado: Dios como lo primero, la Iglesia como lugar de vida y crecimiento, y el hombre como llamada a hacer a Dios presente en el mundo.
Termina ahora el Año dedicado a la Vida Consagrada, pero, gracias a Dios, sigue la presencia y la labor de estos hermanos y hermanas nuestros a los que llevamos tan dentro del corazón. Ojalá que este tiempo nos haya ayudado a todos a descubrir o redescubrir el don de la vida consagrada en la Iglesia. Ojalá que a vosotros, mis queridos consagrados, os haya ayudado para revitalizar vuestra vida al calor del Evangelio y de vuestro respectivos carismas. Sabed que sois muy importantes para la Iglesia, que os necesitamos, y queremos seguir caminando juntos, como lo venimos haciendo desde siempre.
Para terminar, miremos juntos a la Virgen María, consagrada al Señor por su Sí decidido y definitivo. Ella se cuida siempre de nosotros, y a ella le pedimos que cuide a los consagrados. Hago mías las palabras del Papa en su carta dirigida a los consagrados al comienzo de este año: "Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, la vida de cada uno de los Consagrados. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo".
Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Ginés García Beltrán, Obispo de Guadix