"En
esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso por la
intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad
para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos. A
veces este servicio puede resultar duro, pesado, pero estamos seguros de que el
Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También
nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus
prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos,
podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las
tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda
discretamente a quien
sufre, o cuando se está enfermo, se tiene la ocasión de cargar sobre los propios hombros la
cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aún cuando el encuentro con
el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encontrarle sentido.
Si
sabemos escuchar la voz de
María, que nos dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús
transformará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada
Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar
el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia
pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras
nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos
y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje
cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada
hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la
cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad
y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna,
contribuyan a superar todo límite y división".
Su Santidad el Papa Francisco