jueves, 24 de marzo de 2016

JUEVES SANTO: INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

“El Señor Jesús, la noche en que fue entregado” (1 Co 11, 23). Estas palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, como el don por excelencia, porque es don de sí mismo y de su obra de salvación. Jesucristo ha realizado este sacrificio y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de Él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en Él obteniendo frutos inagotablemente. En la Eucaristía, Cristo nos muestra un amor que llega “hasta el extremo”.
“La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor”. Este sacrificio se hace presente perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio”. La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica.
La Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual. El don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida, es en primer lugar un don a su Padre.
El Concilio Vaticano II enseña que “al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Victima divina y a sí mismos con ella”. Este sacrificio eucarístico hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador y el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio.
La presencia de Cristo en la Eucaristía es real porque es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo. Con el don de su cuerpo y de su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu
La Eucaristía es “mysterium fidei” misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido solo en la fe. Es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Y en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo.

Mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita:” La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.
Ecclesia Eucharistia, San Juan Pablo II