SIERVO DE DIOS DON JUAN MOYA COLLADO (ALMERÍA, 12 DE OCTUBRE DE 1918-TURÓN, 31 DE MAYO DE 1938)
Los pocos años de vida del Siervo de Dios no
son óbice para dejar de trazar su simpática biografía. Hijo de una fervorosa
familia, sus padres lo introdujeron desde pequeño en la Hermandad de la Soledad
de la Parroquia de Santiago y en la Hermandad del Carmen de la Parroquia de san
Sebastián de la ciudad de Almería. Entusiasta de la piedad popular y de la
liturgia, fue solícito monaguillo y amigo de las procesiones.
Siempre dinámico y extrovertido, participó en
el movimiento escultista donde dio rienda suelta a su amor al deporte y a la
naturaleza. Terciario franciscano y congregante de los Luises, aquella piedad
la vertía en un intenso servicio a los enfermos. Por caridad, pasaba sus ratos
libres en el Hospital para acompañar y asistir a los más desfavorecidos. Hasta
aprendió a poner inyecciones y practicar curas con este fin.
Iniciada la Persecución Religiosa, trataron de
prenderlo el once de octubre de 1937. Al no encontrarlo en casa, detuvieron a
su padre y a uno de sus hermanos. Con valor, no dudó en canjearse por su padre
y comenzó su larga prisión de más de medio año. Preso primero en el Palacio
Episcopal, lo fue después en el Ingenio y, por último, en Turón.
Como su valor, alegría y servicio a los
enfermos no cejaron; se ensañaron terriblemente con él. El veintidós de mayo de
1938 le ordenaron llenar un cántaro de agua. Al regreso, siendo consciente de
su martirio, les preguntó a sus verdugos la razón de su muerte y no obtuvo más
que blasfemias. Su padre rememoraba de esta forma su martirio: «Le ordenaron
que entregara el cántaro y retirándose unos ocho metros, tuvo tiempo mi hijo de
levantar los brazos y mirar al cielo para pronunciar las siguientes palabras:
“Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen…” Estas palabras les sirvieron a
sus verdugos para que se ensañaran disparándole tal cantidad de tiros que le
destrozaron todo su cuerpo.»
Sus verdugos, enfadados al descubrir que el
cuerpo del mártir de diecinueve años aún se aferraba a la medalla de la Virgen,
no lo enterraron para que fuera devorado por las fieras.