Dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la
luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para
ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra
luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro
Padre que está en el cielo».
SEÑOR, qué lejos están de tu
Palabra los aires de grandeza: sólo buscas el bien de los demás. Tú eres la luz
del mundo, el sol que alumbra y calienta, y quieres que yo sea luz y sal del
mundo. Ilumina mi vida para que, como la luna frente al sol, refleje tu luz.
Haz que, como la sal -sal auténtica, sal que sale-, pueda perder la vida en
beneficio de los hermanos que viven sin sentido sus penas y sus alegrías. Y, al
ver tu obra en mí, den gloria al Padre celestial.