Los cristianos iniciamos la
cuaresma con el miércoles de ceniza el umbral que nos introduce al tiempo
cuaresmal. La imposición de la ceniza nos recuerda nuestra condición humana,
este signo quiere expresar el reconocimiento de nuestra condición limitada y
corruptible. Así lo expresan las palabras con las que el sacerdote nos impone
la ceniza: "Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás". La
ceniza es signo de que sin Dios solamente somos polvo, pero en Cristo
Resucitado somos hechura del amor de Dios.
La ceniza nos llama a la humildad, a
la austeridad, nos alerta sobre el orgullo y la autosuficiencia, nos invita a
poner el fundamento de nuestra existencia en Jesucristo. Cristo es la verdadera
y única vía para la vida verdadera del hombre. La ceniza es símbolo de
conversión, por eso, al imponer la ceniza, también se nos dice:
"Conviértete y cree en el Evangelio”. Al respecto el Papa Benedicto XVI
nos dice: «…la liturgia del miércoles de Ceniza indica que la conversión del
corazón a Dios es la dimensión fundamental del tiempo cuaresmal (…) Este rito
reviste un doble significado: el primero alude al cambio interior, a la
conversión y la penitencia; el segundo, a la precariedad de la condición
humana, como se puede deducir fácilmente de las dos fórmulas que acompañan el
gesto…» (Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Miércoles de Ceniza).
Cómo vivir la
limosna, el ayuno y la oración en la cuaresma
Las armas de la cuaresma: Ayunar,
orar, dar limosna son actos de fe. Ayuno porque creo en Dios, porque mi
alimento verdadero es Dios que me sostiene. Doy limosna porque mi seguridad, mi
verdadera riqueza es Dios, por eso damos la limosna entendiendo el verdadero
sentido de la riqueza y del dinero que es parte de las añadiduras que el Señor
nos concede. Con la oración ponemos nuestras vidas en manos de Dios, no usamos
la oración como medio o en un sentido mercantilista –para chantajear a Dios-,
sino en el sentido que el mismo Cristo nos muestra cuando en su oración dice:
«...Padre aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya…»,
este es el verdadero sentido de la oración que dirigimos a Dios que es Padre.
El ayuno, la limosna y la oración no son tres opciones para escoger una de
ellas en el tiempo de Cuaresma, sino que son tres formas de vivencia cuaresmal
en que una lleva a las otras dos, complementándose mutuamente. El ayuno tiene
un inmediato aspecto físico y externo: abstenernos de una determinada cantidad
o tipo de alimento; pero, lo físico y externo del ayuno es signo de un gesto
interior: abstenernos de las acciones que ofenden a otros. No hay provecho en
sustraer alimentos al cuerpo si el corazón no se aparta de la injusticia y si
la lengua no se abstiene de la calumnia. La limosna no consiste en dar de lo
que nos sobra y para tranquilizar la conciencia, sino dar hasta que nos duela:
de lo que somos y tenemos, nuestros bienes, nuestras capacidades, nuestro
tiempo, darnos a nosotros mismos. La oración nos ayuda a escuchar al Padre que
nos habla.
La Cuaresma nos une a Cristo y nos encamina a una verdadera vivencia
del tiempo pascual. El Papa Benedicto XVI nos dice: «…La práctica fiel del
ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola
a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que
conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y
enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La
utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo
me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para
gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708).
Privarse del alimento
material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a
Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le
permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo
íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios…» (Benedicto XVI, Mensaje
de Cuaresma 2009).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar