martes, 22 de agosto de 2017

REINA Y MADRE



Asidos de tu falda, con los ojos
agrandados de asombro, con las manos
apretadas de miedos y de enojos...
¡Abres manos vacías de tus hijos!
Ojos que alzan del suelo su vergüenza
para quedar en tu mirada fijos;
ojos que te confían nuestros sueños,
manos que aprietan nuestras esperanzas:
-si somos, ante ti, niños pequeños-.
Con las manos así, con la mirada
llena del alba virgen de tus ojos,
te llamamos: dulcísima abogada.