viernes, 3 de noviembre de 2017

BEATO JUAN MOYA COLLADO


El próximo lunes 6 de noviembre, en la Santa Misa de 19:30 h. en la Parroquia de San Sebastián, se celebrará la Festividad de los Beatos Mártires de Almería. Nuestra Parroquia y Hermandad tuvo vinculación con tres de ellos. Hoy recordamos a:

Beato Juan Moya Collado
(Almería, 12 de octubre de 1918 – Turón, 31 de mayo de 1938)


Los pocos años de vida del Siervo de Dios no son óbice para dejar de trazar su simpática biografía. Hijo de una fervorosa familia, sus padres lo introdujeron desde pequeño en la Hermandad de la Soledad de la Parroquia de Santiago y en la Hermandad del Carmen de la Parroquia de san Sebastián de la ciudad de Almería. Entusiasta de la piedad popular y de la liturgia, fue solícito monaguillo y amigo de las procesiones.

Siempre dinámico y extrovertido, participó en el movimiento escultista donde dio rienda suelta a su amor al deporte y a la naturaleza. Terciario franciscano y congregante de los Luises, aquella piedad la vertía en un intenso servicio a los enfermos. Por caridad, pasaba sus ratos libres en el Hospital para acompañar y asistir a los más desfavorecidos. Hasta aprendió a poner inyecciones y practicar curas con este fin.

Iniciada la Persecución Religiosa, trataron de prenderlo el once de octubre de 1937. Al no encontrarlo en casa, detuvieron a su padre y a uno de sus hermanos. Con valor, no dudó en canjearse por su padre y comenzó su larga prisión de más de medio año. Preso primero en el Palacio Episcopal, lo fue después en el Ingenio y, por último, en Turón.

Como su valor, alegría y servicio a los enfermos no cejaron; se ensañaron terriblemente con él. El veintidós de mayo de 1938 le ordenaron llenar un cántaro de agua. Al regreso, siendo consciente de su martirio, les preguntó a sus verdugos la razón de su muerte y no obtuvo más que blasfemias. Su padre rememoraba de esta forma su martirio: «Le ordenaron que entregara el cántaro y retirándose unos ocho metros, tuvo tiempo mi hijo de levantar los brazos y mirar al cielo para pronunciar las siguientes palabras: “Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen…” Estas palabras les sirvieron a sus verdugos para que se ensañaran disparándole tal cantidad de tiros que le destrozaron todo su cuerpo.»

Sus verdugos, enfadados al descubrir que el cuerpo del mártir de diecinueve años aún se aferraba a la medalla de la Virgen, no lo enterraron para que fuera devorado por las fieras.

Fuente: Diócesis de Almería