Jesús llega a casa y de nuevo se juntó
tanta gente que lo los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a
llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sus cabales. Y los escribas que
habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los
demonios con el poder de Belcebú». Él los invitó a acercarse y les hablaba en
parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido eternamente
no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se
rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está
perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su
ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En vedad os
digo que todo se les puede perdonar a los hombres: los pecados y cualquier
blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá
perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían
que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde
fuera, lo mandaron llamar. «Mira, tu
madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Él les pregunta:
“Quiénes son mi madre y mis hermanos”. Y, mirando a los que estaban sentados
alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de
Dios ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
SEÑOR, expones con meridiana claridad las condiciones para pertenecer a tu familia: cumplir la voluntad del Padre, lo que hizo la "esclava del Señor": "Hágase en mí según tu palabra". Es sencillo, pero ¡tan difícil! Sobretodo, cuando Belzebú intenta torcer nuestro espíritu y hacernos creer que la verdad la tiene él, negando que tú eres la Verdad. "Hacer tu voluntad", "que se haga tu voluntad y no la mía" son mi lema, siguiendo los pasos de tu Madre en Nazaret y los tuyos en Getsemaní".