La gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, ¿qué
tenemos que hacer?». Él contestó: «El que tenga dos túnicas, que comparta con
el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a
bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer
nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos soldados
igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No
hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino
contentaos con la paga». Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban
en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió
dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte
que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego: en su mano tiene el bieldo para aventar
su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no
se apaga». Con estas palabras y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo
el Evangelio.
JESÚS, con la invitación a la alegría, porque estás ya muy cerca, me llega el reconocimiento de Juan el Bautista, que tan bien cumplió su misión de preparar tu venida. Y, cuando tú llegaste, desaparecer hasta humillarse públicamente ante ti, señalarte como el Mesías y ofrecerte sus mejores discípulos. No hay en este mundo misión más grande que la de ayudar a otros a encontrarse contigo. Pongo mi pobreza -mi vida tan poco ejemplar y mi pobre palabra- al servicio de la evangelización. Tú harás lo demás.