Dijo Jesús a sus discípulos: «A vosotros
los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que
os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que
te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le
impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo
tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores
aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué
mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos
de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a
otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra
recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y
desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad,
y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a
vosotros».
SEÑOR, para responder a esa pregunta que todos nosotros percibimos en el corazón - quién eres tú para nosotros- no es suficiente lo que hemos aprendido, estudiado en el catecismo. Es ciertamente importante estudiar tu vida y conocer tu Evangelio, pero no es suficiente. Para conocerte de verdad es necesario hacer el camino que hizo Pedro; después de la humillación, Pedro siguió adelante contigo, contempló los milagros que hacías, vio tu poder y experimentó tu amor y tu perdón.