Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías,
mandó a sus discípulos a preguntarle. «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos
que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis
viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan
limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son
evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí! ». Al irse
ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto,
una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con
lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de
quien está escrito: "Yo envío mi
mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti". En verdad
os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque
el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
JESÚS, entre las maravillas que han de contar al Bautista, parece que hay una incoherencia: los pobres deberían ser enriquecidos, como los ciegos ven y los inválidos andan. Pero tú no quieres para los pobres cualquier riqueza, sino la mayor: ser evangelizados. Lo demás también, pero por añadidura.