«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido
en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la
alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel». «También es semejante el Reino de los Cielos a
un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de
gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. «También es semejante el
Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas
clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en
cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los
ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de
fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. «¿Habéis entendido todo esto?» Ellos le
responden: «Sí». Y él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo
del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas
lo nuevo y lo viejo».
SEÑOR, la gracia del bautismo que me hizo hijo de Dios es el mayor tesoro, la perla más valiosa, que depositaste en el frágil vaso de barro de mi vida. Pero con vergüenza he de reconocer que me pasa como con todo lo que desde siempre se ha tenido: no lo valoro como un verdadero tesoro. Ayúdame a defender y cultivar este don, para que en la red de tu Iglesia llegue a ser de los peces buenos. Que esté gozoso porque me has elegido para servirte en esta vida y alabarte por toda la eternidad.