La
importancia de la Eucaristía
En este último día de
ejercicios es importante dedicar la meditación a la importancia que tiene que
tener la Eucaristía en nuestra vida. En la tarde del Jueves Santo Jesús nos
dejó tres grandes regalos: instituyó la Eucaristía, el sacerdocio y nos dio el
mandamiento del amor fraterno: “Amaos los
unos a los otros como yo os he amado”.
La meditación de hoy
quiere ser una actitud de gratitud. Un descubrir con profundidad nuestra vida
cristiana. “Señor danos siempre de ese
pan”. La Eucaristía es lo que sostiene a los que peregrinamos en este
mundo. Es lo que sostiene a los que estamos cansados y agobiados.
El Papa Benedicto XVI
explicaba en Colonia: “Haciendo del pan
su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo
y la transforma en una acción de amor. (…) Esta es la transformación sustancial
que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de
transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios
sea todo en todos (cfr. 1 Cor 15, 28)” (Jornada Mundial de la Juventud,
Colonia, 21-VIII-05).
La novedad divina que
allí se dio y que se renueva cada vez que se celebra la Eucaristía, se extiende
a toda la creación y nos compromete personalmente. El Concilio Vaticano II
afirma que la Eucaristía tiene que ser “fuente
y culmen de la vida cristiana”, es decir, tiene que ser el centro y la raíz
de nuestra vida interior.
Una de las mejores
maneras de poder corresponder el amor de Dios es participando de la Eucaristía,
aprendiendo en cada Eucaristía a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se
encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros.
De la Eucaristía brota el
servicio, la entrega, la caridad y el amor. Pero, ¿cómo lavo yo los pies a los demás? ¿cómo sirvo a los demás en mi vida?
¿cuál es la calidad de mi amor y de mi entrega a todos?
La
Eucaristía hace la Iglesia: construye la comunidad, edifica la iglesia y nos
une a todos como vínculo de caridad: ¿cuál es la calidad de mi atención y
participación en la Eucaristía?
Poder
comulgar, poder alimentarnos de Cristo, poder sentir la presencia de Dios en mi
vida, en mi interior…
Recordemos
las palabras de Benedicto XVI: «la santísima Eucaristía es el don que
Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada
hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel
que impulsa a “dar la vida por los propios amigos”. En efecto Jesús “los amó
hasta del extremo”. Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de
infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose
la toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento
eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo
y de su sangre…En este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento
de verdad y libertad… Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la
verdad del amor, que es la esencia misma de Dios». (Sacramentum caritatis
1-2).
La Última Cena es el lugar de las confidencias: «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros»; «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los yos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn13, 1ss) los amó hasta el extremo. Es una comida de despedida. Jesús cita a los discípulos para el banquete mesiánico, aunque lo que está inmediatamente a la puerta es la cruz. Entra en comunión de vida con los discípulos, les llama amigos. Somos invitados a entra en esa comunión de vida y eso supone compartir su vida y su destino. Cuerpo de Cristo entregado por nosotros que se hace comida: tomad y comed, tomad y bebed.
El
contexto es de pasión. Pablo dice «la noche que lo entregaban» (1Cor
11). Hay un vínculo entre cruz y eucaristía. Está encuadrada entre la traición y
Judas.
La Eucaristía es un compromiso de Dios con
nosotros. En Jesús, Dios se nos da,
nos revela su amor hasta dar la vida «ardientemente he deseado comer esta
Pascual con vosotros, antes de mi pasión». Jesús está expresando con hechos
la gran realidad del amor en la entrega anticipada que hace de su cuerpo y de
su sangre. Cristo entrega a los hombres su fuerza divina, de la que el cuerpo
es manifestación. Su cuerpo me pertenece, porque lo recibo como don, pero su
cuerpo transforma al mío, que le pertenece a Él «Ofreced a Dios vuestros
cuerpos». (Rom 12, 1-2).
«Mi
sangre derramada»: la sangre es la expresión de la vida. Jesús está haciendo
referencia a la totalidad de sí mismo, está estableciendo con nosotros un vínculo
vital, sanguíneo. La familia tiene la misma sangre común, espíritu común. La
constitución de un vínculo fraternal por medio de una alianza simbolizada e
incluso realizada por un rito de participación en la sangre. Sangre entregada y
derramada: carácter sacrificial. Jesús da su carne por la vida del mundo en la
cruz y como alimento de vida en el banquete de la Eucaristía.
Con
la Eucaristía, Dios nos comunica la Vida y se nos da el don del Espíritu, don
de Cristo muerto y resucitado, cuya memoria celebramos.
La Eucaristía es compromiso de nosotros con Dios. Mediante la Eucaristía entramos en la alianza con
Dios sellada en Cristo y nos comprometemos a vivir conforme a esa alianza.
Hemos entrado en una alianza nueva que supone un tiempo nuevo, familia nueva,
pueblo nuevo cuya vida se centra en el banquete eucarístico y brota de él.
Somos una nueva creatura y lo expresamos cuando participamos en la eucaristía.
Por
la Eucaristía nos incorporamos a Cristo que ofrece su cuerpo y su sangre en
beneficio de la humanidad. Cuando celebramos la Eucaristía repetimos las
palabras del Señor: mi cuerpo se entrega y mi sangre se derrama. Por eso, no
nos pertenecemos: nuestra vida está al servicio de los demás, entregada en
favor de los demás. Nos impulsa a vivir de una manera nueva. La Eucaristía nos
impulsa a vivir en la integración de la mesa del altar y la mesa de la vida.
La Eucaristía es transformación para el cristiano. Una transformación que San Ignacio de Antioquia,
Teresa de Calcuta, como tantos cristianos la han vivido.
Recomendamos
la lectura de la carta de San Ignacio de Antioquia a los Romanos capítulos 4,
1-2; 6, 1-8, 3.
Las
preguntas que debemos hacernos son: ¿Qué
es para mí la Eucaristía? ¿Cómo la vivo? ¿Qué hacemos nosotros por la eucaristía?
La
Eucaristía no es una devoción más, una práctica de piedad estupenda a la que conviene
asistir de vez en cuando. Han sido muchos los santos que han dicho – de formas
muy diversas -de formas muy diversas- que tu vida vale lo que vale tu Misa.
El
Papa Francisco en una homilía en la fiesta del Corpus Christi en Roma dijo lo
siguiente: “Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre, un
hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es el hambre de la
vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Jesús nos dona este alimento, es
más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero
alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la
especie del vino.
El Cuerpo de Cristo es el
Pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la
sustancia de este pan es Amor.
Si miramos a nuestro
alrededor, nos damos cuenta que hay tantos ofrecimientos de alimentos que no
vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el
dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. ¡Pero
el alimento que nos nutre realmente y que sacia es solamente el que nos da el
Señor!
También debemos
preguntarnos: ¿creemos, con todas las fuerzas del alma, con todo el
convencimiento de nuestra fe, que el mismo Cristo que murió en la Cruz está
sobre el altar de cada Eucaristía tras la consagración? Si creemos que en un
trozo de pan y en unas gotas de vino está el Dios que ha creado el mundo, lo
creemos porque lo ha dicho Él… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna y yo lo resucitaré en el último día”.
El
Papa Benedicto XVI aconsejaba a los jóvenes: “No os dejéis disuadir de
participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a
descubrirla. Ciertamente, para que de ella emane la alegría que necesitamos,
debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a
amarla”. (Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21-VIII-2005).
Pidamos
al Señor aprender a amar la Eucaristía, de tal modo que sintamos la necesidad
de participar cada vez en la Eucaristía.