viernes, 11 de marzo de 2016

CUARTO Y ÚLTIMO DÍA DE EJERCICIOS ESPIRITUALES: MEDITACIÓN


La importancia de la Eucaristía

En este último día de ejercicios es importante dedicar la meditación a la importancia que tiene que tener la Eucaristía en nuestra vida. En la tarde del Jueves Santo Jesús nos dejó tres grandes regalos: instituyó la Eucaristía, el sacerdocio y nos dio el mandamiento del amor fraterno: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

La meditación de hoy quiere ser una actitud de gratitud. Un descubrir con profundidad nuestra vida cristiana. “Señor danos siempre de ese pan”. La Eucaristía es lo que sostiene a los que peregrinamos en este mundo. Es lo que sostiene a los que estamos cansados y agobiados.

El Papa Benedicto XVI explicaba en Colonia: “Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. (…) Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cfr. 1 Cor 15, 28)” (Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21-VIII-05).

La novedad divina que allí se dio y que se renueva cada vez que se celebra la Eucaristía, se extiende a toda la creación y nos compromete personalmente. El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía tiene que ser “fuente y culmen de la vida cristiana”, es decir, tiene que ser el centro y la raíz de nuestra vida interior.

Una de las mejores maneras de poder corresponder el amor de Dios es participando de la Eucaristía, aprendiendo en cada Eucaristía a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros.

De la Eucaristía brota el servicio, la entrega, la caridad y el amor. Pero, ¿cómo lavo yo los pies a los demás? ¿cómo sirvo a los demás en mi vida? ¿cuál es la calidad de mi amor y de mi entrega a todos?

La Eucaristía hace la Iglesia: construye la comunidad, edifica la iglesia y nos une a todos como vínculo de caridad: ¿cuál es la calidad de mi atención y participación en la Eucaristía?
Poder comulgar, poder alimentarnos de Cristo, poder sentir la presencia de Dios en mi vida, en mi interior…

Recordemos las palabras de Benedicto XVI: «la santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel que impulsa a “dar la vida por los propios amigos”. En efecto Jesús “los amó hasta del extremo”. Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose la toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre…En este sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad… Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios». (Sacramentum caritatis 1-2).

La Última Cena es el lugar de las confidencias: «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros»; «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los yos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn13, 1ss) los amó hasta el extremo. Es una comida de despedida. Jesús cita a los discípulos para el banquete mesiánico, aunque lo que está inmediatamente a la puerta es la cruz. Entra en comunión de vida con los discípulos, les llama amigos. Somos invitados a entra en esa comunión de vida y eso supone compartir su vida y su destino. Cuerpo de Cristo entregado por nosotros que se hace comida: tomad y comed, tomad y bebed.

El contexto es de pasión. Pablo dice «la noche que lo entregaban» (1Cor 11). Hay un vínculo entre cruz y eucaristía. Está encuadrada entre la traición y Judas.

La Eucaristía es un compromiso de Dios con nosotros. En Jesús, Dios se nos da, nos revela su amor hasta dar la vida «ardientemente he deseado comer esta Pascual con vosotros, antes de mi pasión». Jesús está expresando con hechos la gran realidad del amor en la entrega anticipada que hace de su cuerpo y de su sangre. Cristo entrega a los hombres su fuerza divina, de la que el cuerpo es manifestación. Su cuerpo me pertenece, porque lo recibo como don, pero su cuerpo transforma al mío, que le pertenece a Él «Ofreced a Dios vuestros cuerpos». (Rom 12, 1-2).
«Mi sangre derramada»: la sangre es la expresión de la vida. Jesús está haciendo referencia a la totalidad de sí mismo, está estableciendo con nosotros un vínculo vital, sanguíneo. La familia tiene la misma sangre común, espíritu común. La constitución de un vínculo fraternal por medio de una alianza simbolizada e incluso realizada por un rito de participación en la sangre. Sangre entregada y derramada: carácter sacrificial. Jesús da su carne por la vida del mundo en la cruz y como alimento de vida en el banquete de la Eucaristía.
Con la Eucaristía, Dios nos comunica la Vida y se nos da el don del Espíritu, don de Cristo muerto y resucitado, cuya memoria celebramos.

La Eucaristía es compromiso de nosotros con Dios. Mediante la Eucaristía entramos en la alianza con Dios sellada en Cristo y nos comprometemos a vivir conforme a esa alianza. Hemos entrado en una alianza nueva que supone un tiempo nuevo, familia nueva, pueblo nuevo cuya vida se centra en el banquete eucarístico y brota de él. Somos una nueva creatura y lo expresamos cuando participamos en la eucaristía.
Por la Eucaristía nos incorporamos a Cristo que ofrece su cuerpo y su sangre en beneficio de la humanidad. Cuando celebramos la Eucaristía repetimos las palabras del Señor: mi cuerpo se entrega y mi sangre se derrama. Por eso, no nos pertenecemos: nuestra vida está al servicio de los demás, entregada en favor de los demás. Nos impulsa a vivir de una manera nueva. La Eucaristía nos impulsa a vivir en la integración de la mesa del altar y la mesa de la vida.

La Eucaristía es transformación para el cristiano. Una transformación que San Ignacio de Antioquia, Teresa de Calcuta, como tantos cristianos la han vivido.
Recomendamos la lectura de la carta de San Ignacio de Antioquia a los Romanos capítulos 4, 1-2; 6, 1-8, 3.

Las preguntas que debemos hacernos son: ¿Qué es para mí la Eucaristía? ¿Cómo la vivo? ¿Qué hacemos nosotros por la eucaristía?

La Eucaristía no es una devoción más, una práctica de piedad estupenda a la que conviene asistir de vez en cuando. Han sido muchos los santos que han dicho – de formas muy diversas -de formas muy diversas- que tu vida vale lo que vale tu Misa.
El Papa Francisco en una homilía en la fiesta del Corpus Christi en Roma dijo lo siguiente: “Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre, un hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es el hambre de la vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Jesús nos dona este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino.
El Cuerpo de Cristo es el Pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor.
Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta que hay tantos ofrecimientos de alimentos que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. ¡Pero el alimento que nos nutre realmente y que sacia es solamente el que nos da el Señor!
También debemos preguntarnos: ¿creemos, con todas las fuerzas del alma, con todo el convencimiento de nuestra fe, que el mismo Cristo que murió en la Cruz está sobre el altar de cada Eucaristía tras la consagración? Si creemos que en un trozo de pan y en unas gotas de vino está el Dios que ha creado el mundo, lo creemos porque lo ha dicho Él… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

El Papa Benedicto XVI aconsejaba a los jóvenes: “No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de ella emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla”. (Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 21-VIII-2005).

Pidamos al Señor aprender a amar la Eucaristía, de tal modo que sintamos la necesidad de participar cada vez en la Eucaristía.