Ofrecemos para todas aquellas personas que por distintos motivos no pueden asistir a los ejercicios espirituales, un breve resumen de la meditación realizada en el primer día de estos ejercicios que se están celebrando en la parroquia de San Sebastián y que están siendo impartidos por el Rvdo. D. Francisco Jerónimo Ruiz Gea, padre espiritual del Seminario San Indalecio.
1ª
PARTE: Tiempo de Cuaresma, de Gracia y de Misericordia
El Papa Francisco ha
indicado que el tiempo de Cuaresma es el momento fuerte para experimentar la
misericordia de Dios, e insta a vivirla con intensidad. Así también el apóstol
San Pablo exhorta a no echar en saco roto este tiempo de Cuaresma.
La Cuaresma es un tiempo
propicio para reconciliarnos con Dios y con los demás. Es el periodo que va
desde el miércoles de ceniza hasta la mañana del Jueves Santo, 40 días. ¿Por
qué 40 días? Porque 40 días pasó Jesucristo retirado en el desierto.
La Cuaresma comienza con
el miércoles de ceniza, donde empezamos el camino de conversión mediante la
imposición de la ceniza, ceniza que simboliza lo débil de la condición humana.
Dios nos recuerda que volveremos al polvo de la tierra, somos polvo “Acuérdate
que eres polvo y al polvo volverás”, nuestra vida es una peregrinación hacia el
cielo. También es signo de empezar de nuevo, de superar el pecado, “Conviértete
y cree en el Evangelio”. Es símbolo de que para llegar a la Vida hay que pasar
por la Cruz y pasar por el Viernes Santo. Y es signo de conversión, pero de una
conversión profunda y confiada. La ceniza que nos imponen, es la que resulta
del quemar las palmas del domingo de ramos.
Toda la Iglesia es
convocada por el Señor para vivir la Cuaresma, para vivir este camino de
conversión. Todos estamos llamados a esta conversión. Pero, ¿qué conversión
necesitamos? Aquella que nos lleve a un arrepentimiento verdadero y nos haga
volver a Dios y a la vida de gracia.
Los medios para vivir
esta conversión son:
- Limosna. Vivir la caridad, ser generosos, darse a los demás. Pidamos tener un corazón grande para dar y tengamos presente que somos administradores de nuestros bienes y no propietarios. Se puede hacer limosna de muchas maneras: ayudando, dando consejo, escuchando al prójimo, consolando al que lo necesite, sonriendo, perdonando las injurias, siendo serviciales. En definitiva, prestando más atención a los demás que a nosotros mismos y redescubriendo las obras de misericordia.
- Oración. Viviendo con intensidad nuestra relación con Dios. Tenemos que cuidar mucho el tiempo que dedicamos a la oración, puesto que es el mejor tiempo que empleamos. El Santo Cura de Ars decía “Si oráis y amáis habréis hallado la felicidad”. Tenemos que buscar tiempo para hablar con Dios y para leer con detenimiento la palabra de Dios. La oración nos hace felices y eficaces y es el sendero que nos conduce a la Santidad. Tenemos que cuidar las oraciones vocales y dedicar tiempo a la oración mental y al sacramento de la penitencia.
- Ayuno. Es signo de caridad fraterna, nos privamos para dar, para compartir. También es signo de conversión, el alimento de este mundo no es suficiente para calmar la necesidad que tiene el hombre de Dios.
¿Por qué hacemos
penitencia?
Hacemos penitencia para
limpiar nuestros pecados, para controlar nuestras pasiones, para ayudar a
Cristo a llevar su Cruz, para demostrar al Señor que lo queremos y que lo
hacemos por amor.
Propongámonos hacer
pequeños propósitos de limosna, ayuda y oración, pequeños propósitos en nuestra
vida para con los demás y que agraden a Dios, sin olvidar que los mejores
sacrificios son los que hacemos por los demás.
2ª
PARTE: La santidad
El proyecto más
importante de nuestra vida es conseguir la felicidad eterna, esto es, conseguir
la santidad. Pero no es algo reservado a unas pocas personas, desde el bautismo
todos estamos llamados a la Santidad y tenemos que aspirar a ser cristianos
coherentes, buscar nuestra perfección que es Cristo.
“Ser perfectos como vuestro Padre Celestial es
perfecto”
Estamos hechos para volar
en el cielo del amor de Dios. Jesús nos pregunta: ¿Quieres de verdad seguirme?
¿Quieres de verdad ser santo?
La respuesta a esta
pregunta definirá nuestra santidad. Para alcanzar la santidad podemos realizar
distintas acciones: luchar cada día contra nuestros defectos constantes, servir
a los demás, buscar la presencia de Dios, y en definitiva, amar al Señor
nuestro Dios, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser.
La santidad depende del
amor. Dios es amor. Saber que Dios nos ama es lo que impulsa nuestra vida. Como
decía San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida nos examinarán del amor”.
Los santos son los que
experimentan el amor de Dios. Si Dios es la suma felicidad sólo los que están cerca
de Dios serán felices.
Dios se enamora de
nosotros de forma gratuita. El Señor nos quiere siempre, aunque no nos lo
merezcamos. Lo importantes es saber que Dios nos ama y nos ama porque:
- Nos ha creado. Somos el fruto del pensamiento de Dios, somos queridos, creados y amados por Dios. Dios nos quiere con un amor de Padre. Somos hijos de Dios por Cristo Jesús por las aguas del bautismo.
- Dios se hizo hombre para morir por nosotros, y una muerte en la Cruz para redimirnos del pecado. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
- Dios se quedó en nosotros para siempre en la Eucaristía. “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”
- Dios nos ha dado como madre a su propia Madre, María.
- Dios nos ha regalado la Iglesia y nos ha dado los sacramentos.
- Dios nos ha dado una vocación. Todos hemos sido llamados: al matrimonio, a la vida religiosa…
- Dios nos ha dado una familia, amigos, estudios, bienes…
Sin el amor de Dios
nuestra vida queda vacía. Tenemos que transmitir el amor de Dios a los demás.
Es el amor de Dios el que nos hace felices. Y para amar tenemos que conocer a
Dios a través del Evangelio, la oración y la Eucaristía. A Dios le demostramos
que lo amamos si cumplimos sus mandamientos.
La santidad consiste en
saber siempre levantarse a pesar de las dificultades, para ello tenemos el
sacramento de la penitencia.