miércoles, 9 de marzo de 2016

SEGUNDO DÍA DE EJERCICIOS ESPIRITUALES: MEDITACIÓN


1ª PARTE: “Convertíos a Dios de todo corazón”

El Señor nos ha querido hacer partícipes de su vida de amor, a la perfección en el amor y a esto se opone el pecado. Todos somos pecadores. Vivimos en una sociedad en la que se ha apartado a Dios y en la que se ha perdido la conciencia de pecado.

El pecado supone preferir nuestra comodidad, nuestra pereza, nuestra vanidad a Dios, de quien todo lo hemos recibido. Cualquier pecado es una ofensa a Dios. El mal está dentro de nosotros. Sabemos que somos débiles, pero tenemos que confiar siempre en la Gracia de Dios.

Dios se ha hecho hombre para redimirnos del pecado. Para superar el pecado tenemos que llenarnos de Dios. Tenemos que hacer examen de conciencia cada día y ver qué nos separa del amor de Dios.

¿Qué es convertirse? Convertirse es estar siempre orientado a Dios, centrados en Él. Convertirse es volver al Señor. Es dejarse transformar por el Espíritu Santo, que es el motor de la Iglesia, pero también convertirse requiere nuestra cooperación con la gracia.

La conversión puede formularse también como un encuentro con Cristo, como le ocurrió a Zaqueo y la conversión nos tiene que llevar a abandonar los ídolos (1Ts 1,9). En la noche de la Vigilia Pascual hay un momento en el que renovamos las promesas bautismales; la tercera fórmula presenta un buen recorrido de ídolos a los que podemos renunciar: el pecado, el mal, el error, la violencia, el egoísmo; las envidias, los odios, la pereza e indiferencia, las tristezas y desconfianzas, las injusticias, las sensualidades, las faltas de fe, de esperanza, de caridad; el creerse los mejores, superiores a los demás, el creerse ya convertido del todo, el quedarse en las cosas y no ir a Dios.

Jesús propone una serie de actitudes propias del cristiano convertido: la desinstalación frente a las falsas seguridades, la sinceridad frente a la hipocresía, la humildad frente a la soberbia, la bondad del corazón frente los meros cumplimientos, el perdón frente a la dureza y la venganza, la fe frente a la incredulidad, la confianza en la providencia, el amor frente al egoísmo,…

Podemos señalar una serie de caminos que nos ayuden en la conversión:
  •          La oración: que es hablar con Dios. Si la oración que hacemos es sincera y habitual nos irá señalando cuál es la voluntad de Dios en la vida de cada uno.
  •           La lectura de la Palabra de Dios: el contacto con la Palabra va depositando en nosotros los criterios, las actitudes, los estilos del Señor.
  •          La participación en los sacramentos: sobre todo el sacramento de la Reconciliación puesto que cuanto más cuidemos las confesiones más cuidadas serán nuestras conversiones y el sacramento de la Eucaristía.
  •          La intercesión de los hermanos: el pedir los unos por los otros.
  •          El acompañamiento y la dirección espiritual, para no instalarnos en una cómoda mediocridad.

  2ª PARTE: La oración

Afirmaba el santo Cura de Ars: “El hombre tiene un hermoso deber: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad de este mundo”.

Santa Teresa de Jesús definía la oración como: "No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama".

En el Antiguo Testamento, recordemos por ejemplo a Moisés como “hablaba con Dios cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11). Pero sólo Cristo llevó a su cumplimiento la verdadera oración del hombre. En nuestra vida diaria, tenemos tantas cosas que hacer que no dejamos tiempo para la oración. Se nos olvida que la oración es el fundamento de la vida cristiana. Sin oración no hay santidad ni vida verdadera. Lo importante es estar con el Señor, Él es el protagonista, Él es el que nos va transformando.

La oración es un trato de amistad con Dios, es contarle nuestras cosas, nuestras alegrías, nuestras preocupaciones, nuestras acciones de gracias, nuestras acciones de perdón, nuestras cosas más pequeñas. Toda nuestra vida tiene que pasar por la oración y por el Sagrario.

La oración es un diálogo con Dios, es amar y agradar a Dios, es contarle a Dios todas las cosas. La oración es todopoderosa, nos hace eficaces, nos hace felices, nos da la fuerza a toda nuestra vida. El sendero que conduce a la santidad es sendero de oración. Para seguir a Cristo hemos de ser almas de oración. La oración es omnipotente y si prescindimos de ella no lograremos nada. Tenemos que orar de forma perseverante y no desfallecer. El secreto de la perseverancia es el amor.

Para hacer oración no hay método establecido. Si amamos de verdad sabremos cómo hacerlo. Según el Catecismo de la Iglesia, “la tradición cristiana ha conservado tres modos principales de expresar y vivir la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Su rasgo común es el recogimiento del corazón” (Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, 568).

Cuántas veces pensamos que no sabemos rezar; pues repitamos lo que le decían a Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!”.

Una de las formas de saber si se está haciendo bien la oración es por los frutos: “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Si una persona que hace oración pero no mejora su vida, algo falla.

Señalemos por último dos condiciones en la oración:

1) La perseverancia y ¿cuál es el secreto de la perseverancia? El amor.
2) La segunda condición es la humildad. Por imperfecta que resulte la oración, si ésta se alza perseverante y humilde, Dios la escucha siempre. Decía san Agustín: “El hombre es un mendigo de Dios”. La oración siempre es fecunda si se hace con humildad.

Tenemos que procurar orar delante del Sagrario. Jesús se ha quedado en el Sagrario para ayudarnos, para consolarnos, para fortalecernos. Hablemos íntimamente con Él.


La Virgen es Maestra de Oración. Pidámosle a Ella avanzar en este camino de la oración para así avanzar en el camino de la santidad.