Dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y
el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo». Disputaban los judíos
entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre, habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado y yo
vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es
el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron
y murieron: el que come este pan vivirá para siempre».
SEÑOR, tú eres mi vida. Lo eres, porque todo lo creaste, también mi alma. Y lo eres porque me alimentas con tu Cuerpo entregado y con tu Sangre derramada. ¿Cuándo valoraré debidamente la maravilla de la Eucaristía? ¡Oh sagrado banquete, en el que se recibe al mismo Cristo, se renueva la memoria de su Pasión y Resurrección, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura! Sí, comiendo de este Pan, tu Cuerpo resucitado, viviré eternamente.