Jesús bajó del monte con los Doce, se
paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre
del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de
Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados
los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora
tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora
lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres,
y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por
causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con
los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido
vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis
hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo
el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los
falsos profetas».
SEÑOR, tus criterios no son mis criterios, tus rasgos-perfectamente trazados en las bienaventuranzas- no son los de mi vida, mis aspiraciones no van por ahí... Pero yo sé que tú tienes palabras de vida eterna. Y quiero estar entre tus pobres, tus hambrientos, los que lloran y son incomprendidos en este mundo... Dejo mi futuro-bienaventuranza eterna- en tus manos.