COLECTA DEL ÓBOLO DE SAN PEDRO
Cuando se completaron los días en que iba de ser llevado al
cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de
él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los
preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que
caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con
ellos?». Él se volvió y les regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras
iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le
respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero
el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme».
Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja
que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi
casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia
atrás vale para el reino de Dios».
SEÑOR, con qué radicalidad exiges que te sigan, y que yo te siga. Y ante tu invitación -¡Sígueme!-, no tengo otras palabras que: Te seguiré adonde vayas, en la pobreza y el desprendimiento de lo que impida seguir tu invitación y tus pasos. No hay maestro más certero que tú. Ni más sabios consejos que los tuyos. Ni compañía más segura y fiel que la tuya.